miércoles, 29 de diciembre de 2010

Batalla

Veo sus grandes ojos a lo lejos.
No hay duda de que son los suyos.
Sólo ellos brillan con tanta intensidad en la noche. Me embarga, además, el olor de sus cabellos.

Me dirijo hacia ella entre poblados bosques azules. Iluminado por tenaces lunas de fuego.
Los nenúfares me miran curiosos entre las cañas. Me acerco y sostengo uno entre mis dedos secos, éstos se vuelven húmedos y lánguidos.
Atraigo las hojas de otoño que permanecen quietas, plantadas en la tierra inerte. Más humedad pese a que jamás ha llovido por aquí.
Es el olor a Larema, que me envuelve y prosigo mi camino...

Un tiempo después, todo mi cuerpo es agua y toda mi alma sal. He perdido la ropa y mi cabello es un revoltijo grotesco movido por el viento. Apenas puedo continuar, sin embargo el brillo, siempre vivo de sus ojos me impide detenerme y sigo arrastrándome. He de llegar a ella y sólo una vez allí, podré descansar.

Todo es una luz. Mis ojos cegados no pueden navegar y la sal que hace rato sólo escuece las heridas. Ella está ahí, tendida sobre estrellas, perdida entre lagunas. Intenta, desesperada, defenderse de ese algo que la arrastra hasta el fango pero cae, una y otra vez cae, hasta que desfallece y comienza a ser engullida.

Se hace de noche, la sal empieza a disolverse, el agua a evaporarse y yo decido buscar mis ropas entre los restos de la batalla para comenzar mi ascenso hacia la nada...

1 comentario:

Cyrano de Bergerac dijo...

Fantástico. ¡Qué bien escribes, Rakel!¡Cómo se cuela!¡Puf!,