jueves, 5 de mayo de 2011

El tren de Martina..



Se ha despertado de nuevo con ese peso oscuro en los ojos y con el estómago vuelto. Aún se acuerda del sueño, algunas personas la acompañaban hacia una playa, a los márgenes del camino cuerpos de mujer se mostraban obscenos. Se acuerda de otro sueño, unos meses atrás, en el que desde un autobús contemplaba también, como a los lados del camino, varias parejas se mostraban como en escorzos estridentes y forzados.

Intenta desplegar los párpados, separarse de la viscosidad que la une al inconsciente y que no la deja marchar. Siempre le cuesta tanto regresar de esa otra que habita en lo más profundo, es por eso que dedica tanto esfuerzo y tiempo en analizar lo que unas veces son sólo ligeros ecos y otras largas ensoñaciones pobladas de seres, de mundos.
Desde niña se ha sentido atacada, engullida por la textura y color de sus sueños, por la martilleante resaca que se instala en el paladar después de haber sido, haber estado sin ti en otro espacio.

Acaba por tirar del edredón y arrastrarse hasta el fondo de la cama. Abajo suenan las voces de su hijo y de Andrés, el padre del mismo, con quien Martina hace ya 11 años que convive. Ellos son, constituyen  una marcada y lenta frontera entre la espesura de la que ella acaba de ser devuelta y la realidad, esa neutra, irrevocable, pastosa realidad a la que tiene que subirse en cada despertar.


“Se acerca despacio, con un lento soniquete de colores y risas… se
atisban los vagones aciagos, al fondo, como infinitos cubiletes de lluvia
espesa, como ríos de espera, como interminables pasajes de vida ya escrita
desde mucho tiempo atrás.
Se arrastra hasta la primera vez, en una casa de piedra, en un pueblo lejano, en una cama fría donde se encuentra y se pierde una y otra vez cada noche de  esa triste Semana Santa, sumida en ese atormentado haz de sueños partidos. Así, en uno de los tránsitos en esa frontera negra interior, con ese miedo aterrador a las tinieblas que la llevan a apretar hasta el dolor ese interruptor que le devuelve  la luz de la vigilia fiel, de la realidad tenaz.

Agazapada entre las sábanas, silenciosa, pausada, lo escucha venir, lejanísimo en el
origen, más y más próximo después. Las risas, los ecos, los que desde la
neblina la saludan agitando blancos pañuelos de adioses lentos. Escudriña para
descifrar, a partir de esa silueta que cree conocer, que la devuelve a aquellos
días que serán, con esa intuición doliente de no saber. Quiénes son? Por qué la
miran petrificados como muñecos, con esa sonrisa inquieta? A la una, a las dos,
a las tres y todos que al unísono extraen de un  blanquísimo baúl miles de globos de colores, que lanzan mientras vitorean gritando su nombre: Martina, Martinaaa,
Martinaaaa…


Ahora es cuando se da cuenta de que no es la primera vez, esto mismo ha sucedido decenas de veces, desde el principio de los tiempos. Es el traqueteo del tren, que
viene por las noches para sacarla del sueño, con esa pantomima de actores
transformistas que la llaman a gritos desde los vagones humeantes. El ruidito
divertido, inocente, que va ascendiendo hasta instalarse como un enloquecedor
golpe en las sienes, que la lleva temerosa, que la obliga a taparse con las dos
manos la cara, los oídos, y que termina apagándose al alcanzar la máxima intensidad,
a punto de estallarle en mil pedazos la conciencia.


Después la resaca voraz, el estómago aterido por esa nausea incipiente, las manos gélidas que se despegan de las sienes, que emergen del dolor y que se funden en el
regazo donde Martina vuelve a fundirse rescatada por el sueño”~



Tiene que contárselo, se ha levantado a lomos de esa antigua cabalgadura, con ese subidón frenético propios del deseo por descargar todo esa inmensa pesadumbre, con ese regusto en el paladar que le da la certeza de que volverá a escribir y tiene que decírselo, para que él lo sepa, para que él también la conozca y la ame en esa otra envoltura.
Lo llama y las palabras le salen a borbotones por la boca, provenientes del fondo del inconsciente, del alma y le explica que aquello que le provoca tal agitación no es más que el retorno de la necesidad de escribir y de plasmar así todo ese mundo abstracto, lleno de imágenes sin nombre.

3 comentarios:

Guijarro dijo...

La estructura básica de la realidad es la unidad de un lado misterioso, invisible y otro más claro y visible....
Quizás todos lo tenemos y lo sentimos, pero lo que es seguro es que no todos sabemos expresarlo y plasmarlo de la manera que nos lo haces llegar tú....
Gracias Rakel.

Anónimo dijo...

Tienes una facilidad cinematográfica para crear imágenes. Sin tu permiso, he republicado ésto aquí: http://citas.javier-carrete.com/post/5497054928/el-tren-de-martina, espero que no te moleste. Besos.

Unknown dijo...

Muchas gracias Javier, de corazón...